sábado, 31 de octubre de 2009

La llegada


Fragmento primero de los sonetos de PENUMBRA

Sutiles navajas rozan mi piel,
silvando sombre mi silueta.
Cruzando la indescifrable oscuridad.
Ojos grandes, abiertos al interior,
cubriendo los sueños con desolada desesperación.

Espera un poco, que aún los tres delgados
no llegan al discípulo mayor.
Estruendosos sonidos metálicos,
claman por mi sangre y mi alma.
El amor para su dolor es inalcanzable.
Como la luz para los seres de las sombras.
Y habiendo llamado a la puerta,
el cielo, la tierra y la penumbra se estremecen.
Pendiendo del techo candiles,
abriéndose ante mis ojos el gran palacio.
Y rocas. Y cristal. Y ríos de sangre,
fluyendo por mi perturbada demencia.
Los ojos de aquél que ve sin estar ahí.
Fijados con fistoles en los huecos de la nada.
Ocultos tras los brazos y las piernas
del coloso antiguo. Forjador de leyendas.

Figuras nocturnas de sigilosa andadura.
Luces rojas como sangre derramada.
Pasos lentos e inseguros hacia mi propio tormento.
Otelo no mira. Hamlet renace y viene a mí.
La canción que me llama al delirio.
Hecatombe de sueños, pasión y locura.
Temores añejos profanando sentidos.
Los veinte señores se enroscan y gimen,
invitando y deteniendo mi paso hacia ti.
Sigues mirando, pero no dices nada.
Tus cinco divinos. Derechos y firmes, como siempre.
Siluetas sobre el lienzo que marca el porvenir,
omiten formalidades y burdas presentaciones.
Sólo basta tu fuerza y una descarga lenta.
Mezcla primitiva entre necios preceptos.
Alquimia inédita del tiempo olvidado.
Tus cinco divinos. Izquierdos e inseguros como nunca.
Desgarrando mis temores en silencio.
El ciego ruge con su mirada oculta. Perdida.
La mano en el cráneo, se pierde sin sentirlo.
Sólo la nada en el todo.
Una vez más, la noche está dentro.
Óscar Alvarado

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