lunes, 7 de febrero de 2011

Eclesiastés

El libro Bíblico de Eclesiastés es en verdad hermoso, razón por la cual quería compartir con ustedes una parte de las palabras que vienen en el capítulo 3 de Eclesiastés, que saqué de la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras y del cual hago alusión en el blog Organización: la mejor opción. Espero que les guste.

Nota: Si no les gusta esta traducción, está bien, las opiniones se respetan, finalmente el mensaje es el mismo en todas las traducciones Bíblicas

Para todo hay un tiempo señalado, aun tiempo para todo asunto bajo los cielos: tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de desarraigar lo que se haya plantado; tiempo de matar y tiempo de sanar; tiempo de derribar y tiempo de edificar; tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de plañir y tiempo de dar saltos; tiempo de desechar piedras y tiempo de reunir piedras; tiempo de abrazar y tiempo de mantenerse alejado de los abrazos; tiempo de buscar y tiempo de dar por perdido; tiempo de guardar y tiempo de desechar; tiempo de rasgar y tiempo de unir cosiendo; tiempo de callar y tiempo de hablar; tiempo de amar y tiempo de odiar; tiempo para guerra y tiempo para paz. ¿Qué ventaja hay para el hacedor en aquello en que está trabajando duro?


He visto la ocupación que Dios ha dado a los hijos de la humanidad en qué ocuparse. Todo lo ha hecho bello a su tiempo. Aun el tiempo indefinido ha puesto en el corazón de ellos, para que la humanidad nunca descubra la obra que el Dios [verdadero] ha hecho desde el comienzo hasta el fin. He llegado a saber que no hay nada mejor para ellos que regocijarse y hacer el bien durante la vida de uno; y también que todo hombre coma y realmente beba y vea el bien por todo su duro trabajo. Es el don de Dios.

Organización: la mejor opción




Hace poco recibí un comentario anónimo en la entrada "Desvelo, ojeras y bolsas" en el que nos comenta una gran verdad: cuesta mucho adaptarse a un horario adecuado para poder dormir, y yo misma lo he experimentado. Me parece que esto nos sucede especialmente cando nos vemos obligados a cambiar de horario, quizá por haber cambiado del horario matutino al vespertino en la escuela (o viceberza), por un viaje, por costumbre al desvelo o por "x o y" razón. Sin embargo, como bien lo mencionó esta persona anónima (a la cual, por su puesto, le agradezco mucho su comentario con esta publicación), adaptarse es lo correcto y lo mejor, y claro que uno se puede ayudar a adaptarse.

Una ayuda que uno mismo puede darse ya la mencionó esta persona: apuntar en un lugar visible la hora a la que debemos dormir para, al día siguiente, poder levantarse temprano después de las horas de sueño necesarias de descanso de cada quien, y lo digo así porque, si bien la mayoría o el promedio de la población descansa bien con 8 horas diarias de sueño, habrá otras que descansen bien con menos, otras que descansen bien con más. Claro, esto no implica que uno se quede 12 horas en la cama (a menos que se padezca una enfermedad, claro: ¿sabían que hay personas que pueden dormir hasta una semana o más debido a una enfermedad?), menos si se pretende "recuperar las horas de sueño". En estos casos quizá si convenga dormir unas dos horas más, quizá, pero tomen en cuenta que el desgaste al que sometieron a su organismo con un desvelo no se compensará de ningún modo durmiendo demasiadas horas cuando tengan la oportunidad, sino que solo lograrán causarse insomnio y, consecuentemente, someter a su organismo a otro cambio de horario y "desgastarlo" aún más. Mi recomendación particular en ese caso, basada en artículos leídos y experiencias propias, es tratar de dormir las horas que duermen regularmente y pararse, hacer algunas actividades y, si creen que lo necesitan, quizá dormir una siesta de no más de 30 minutos por la tarde y acostarse a dormir temprano, sin sobrepasar las horas que regularmente duermen.

Otra recomendación es tener una buena organización. En este caso, comparto con ustedes mi método: armé mi horario de clases de 24 horas por día, incluyendo en él los 7 días de la semana. Después de incorporar en este las horas en que estaré en clases, las que estaré en el transporte público y las que dedicaré a otras obligaciones que tengo, consideré 8 horas diarias para dormir, y posteriormente dividí las horas que me quedaban entre las materias que llevo para apuntar horas de estudio y tareas, de modo que tengo un tiempo equivalente para dedicárselo a todas las materias y, si me apuro a hacer las tareas y puedo ir adelantando las demás tareas, al final puedo tener horas de esparcimiento o bien horas extra que necesite para alguna tarea especialmente difícil o tardada, con el fin de evitar pasar mis vacaciones reponiendo materias reprovadas o estudiando para pasarlas, y ahora sí: a gozar de vacaciones libres, descanso y diversión sana sin "peros".

Por su puesto, a este prototipo de organizador le hacen falta detalles: tiempo para comer después de la escuela (cena), organizar mis horarios de sueño a modo de que sean a la misma hora todos los días (lo mismo con las horas de comida) y tiempo para hacer ejercicio. Lamentablemente las exigencias de una carrera universitaria (en mi caso) o del trabajo, juntamente con las obligaciones personales de cada quien, no permiten darse esos lujos la mayor parte de las veces, pero en uno cabe hacer un esfuerzo. Por su puesto la cosa no es cambiar los hábitos y costumbres de uno
de la noche a la mañana, pero si ir dando pequeños pasos para que, cuando miremos atrás, podramos ver el camino recorrido sin lamentar lo que veremos; en mi caso decidí iniciar así, y después ir tratando todo lo demás. Quizá este método parezca obsesivo (y quizá lo sea), pero a mí me funciona, además de que reconozco que no siempre me podré ajustar al pie de la letra a los horarios planeados y no me mortifico por ello: es solo una guía, no el camino.

La importancia de una buena organización se puede ilustrar con un ejemplo típico: Tenemos un
frasco y en este queremos meter piedras grandes, arena, grava y agua. Si metemos primero el agua y lo llenamos, no habrá espacio para meter todo lo demás; aún si metiéramos agua hasta la mitad o menos, no podemos estar seguros de que quepa todo lo demás. Lo mismo podría pasar si metiéramos primero la arena. El truco para poder meterlo todo está en fijarse en el tamaño de las cosas: si metemos primero las piedras y luego la grava, esta se acomodará en los espacios que quedaron entre las piedras grandes, posteriormente la arena se puede acomodar entre los espacios que quedan entre las piedras y la grava, y finalmente el agua cabrá entre los espacios restantes.

Del mismo modo, el frasco es el tiempo que tenemos en cada día, las piedras grandes, la grava, la arena y el agua pueden ser
nuestras responsabilidades más grandes, nuestras tareas (del hogar, la escuela o ambos), nuestros compromisos y la diversión y esparcimiento, respectivamente. El orden en que los introduzcamos en el frasco marcará nuestras prioridades: si primero metemos el agua (si le damos prioridad a la diversión y el esparcimiento), no sabremos como meter todo lo demás en nuestro itinerario diario. Dependiendo de las prioridades de cada quien, las piedras, la grava, la arena y el agua tomarán su papel: para algunos sus responsabilidades más grandes son la escuela o el trabajo, para otros su salud, para otros el servicio a Dios, para otros la diversión... sin importar cuáles sean sus prioridades, lo más importante es luchar por tener un equilibrio: aunque la prioridad más grande para alguna persona sea la diversión, por ejemplo, a las 24 horas de su día tendrá que restar tiempo de dormir, tiempo de comer, tiempo de aseo personal (por lo menos) y quizá tiempo para trabajar y mantenerse. Eclesiastés 3:1-8 dice que para todo hay un tiempo, y está en cada uno de nosotros el hacernos este tiempo para cada cosa.